diciembre 21, 2016

Descubriendo a Grey


Hola mis pequeños documentalistas. En el día de hoy y para dar la bienvenida al invierno, os traemos un relato que os dejará tan fríos como este tiempo.

Gracias a Óscar Alonso Tenorio por acordarse de nosotros y deleitarnos con su narrativa. Si vosotros también tenéis relatos, cuentos cortos o algo que queráis compartir con el mundo, no dudéis en poneros en contacto con nosotros a través de nuestro email (documentalistas22@gmail.com) y lo publicaremos en nuestro blog.

Descubriendo a Grey


El poeta de Chatres, Lamartine, estuvo en esa fiesta de disfraces. Aunque en estos momentos no era amigo de los Carnavales, hizo el esfuerzo de asistir. Era el único método por el cual podía conocer, al fin, al señor Grey.

Estaba rodeado de gente muy importante. Todos llevaban trajes carísimos y móviles de última generación. Las mujeres, que vestían carísimos vestidos y llevaban joyas brillantísimas, se miraban por encima del hombro. Creían que estaban por encima del bien y del mal gracias a haberse arrimado a buenos maridos. ¡Menudas ineptas! Desconocían que sus maridos se gastaban el dinero en prostitutas sin que se dieran cuenta, mientras ellas reían despreocupadamente.

Un hombre alto y musculoso que llevaba una máscara negra se le acercó disimuladamente. Nadie se fijó en él, nadie se percató de su existencia.
Tenía el pelo castaño. Iba con un esmoquin y una corbata negros. Escondía en el cinturón un par de esposas.

Lamartine sintió un terrible escalofrío. Un nudo se ató en su estómago y le cerró el apetito por completo. El suelo que pisaba parecía tambalearse hacia los lados. La sombra de Grey se estaba ensanchando poco a poco hasta consumir la luz que lo rodeaba.

—¡Vaya, vaya! ¡El poeta de Chatres! — dijo con sonrisa triunfante a la par de irónica. —Es un detalle que hayas venido a mi fiesta.

—Gracias — le contestó Lamartine. —Nunca rechazo ninguna invitación. Y menos cuando se trata de una tan jugosa como ésta.

Grey olió el miedo de Lamartine. Su mano temblaba al saludarse. Aunque su cara mostrara valentía, realmente le imponía su presencia.

—Bueno, poeta, dime… ¿a qué viene tanto interés por mí? — soltó con tono fulminante.

Lamartine tragó saliva. Fue una pregunta demasiado directa. Le había pillado de sorpresa y había roto todos sus esquemas. Pues esperaba ese carácter donjuanesco que tanto lo retrataba.

Soltó una sonrisa nerviosa mientras trataba de no evitarle la vista a Christian.

—Pues… verás… —balbuceó— estoy continuando con las investigaciones que mi compañera Anastasia continuó... ¡y claro! Tenía que hacerte muchas visitas… y también tenía que… saber… cómo estaba mi compañera…

—¿Te refieres a Anastasia Charlotte? — espetó Grey taladrándole con la mirada.

Lamartine afirmó con la cabeza temerosamente.

—Está bien— contestó con mucha calma.

Christian estaba tranquilo. Tenía la situación tal y como la quería: bajo control. Disimuladamente se relamió los labios y volvió a sonreír.

—¿Puedo verla?— inquirió Lamartine.

La sonrisa se transformó enseguida en enfado. Le había molestado esa pregunta. Jamás iba a dejar que nadie tocara sus pertenencias, y menos a Anastasia.

—No, lo siento — respondió furioso pero tranquilo. —El contrato que firmó le impide tener contacto con el exterior, incluido tú.

Lamartine se negaba a que esto se quedara aquí. Quería ver a su amiga y compañera Anastasia. No iba a consentir que nadie se lo impidiera en un primer momento.

—¡Exijo verla ahora mismo!— vociferó.

Grey no pensó. Actuó instintivamente.

Tomó al poeta de Chatres del brazo y se lo llevó al último piso. Luego, lo arrastró hasta su habitación y lo arrojó al suelo. Encendió la luz y cerró la puerta de un golpazo.

En el dormitorio se hallaba Anastasia con los ojos tapados y encadenada. Estaba dormida y sus cabellos bailaban en la anarquía.

Lamartine se levantó del suelo con la mano en el pecho y la sangre congelada. Estaba presenciando el peor de los espectáculos: el sadismo.

Su cuerpo estaba petrificado delante de la cama donde estaba Anastasia. Miró de soslayo a Grey y su pecho aprisionó aún más el corazón.
Grey había abierto su armario negro. Sacó un látigo negro y empezó a ahogarla mientras la besaba.

Anastasia y Christian gozaban de placer.

Lamartine había abierto la caja de Pandora. Había descubierto la verdadera naturaleza del multimillonario más carismático de todo Occidente.

Gritó con todas sus fuerzas. Ninguno de los invitados a la fiesta lo escuchaba. Volvió a gritar. Seguían sin escucharle. Siguió gritando, pero nadie contestaba.


La cabeza le daba vueltas, la vista se le nublaba y sus fuerzas comenzaban a fallar. Se debilitaba poco a poco, paulatinamente, hasta perder el conocimiento.

© Óscar Alonso Tenorio

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