noviembre 03, 2017

La peste


“Con la caridad entró la peste”, una frase que me marcó para toda la vida.

La Asociación vivió unos meses de bonanza. En tan poco tiempo dimos pasos agigantados. Programábamos cenas navideñas, preparábamos eventos abiertos para todo el público, realizamos galas de fin de curso, organizábamos escapadas de fin de semana para despedir el verano… Fue un éxito rotundo. Subimos como la espuma. Parecía un sueño. Todo corría como por arte de magia.

No hacía falta, ni siquiera, que nos hiciéramos de rogar. Casi con los ojos cerrados logramos ser una piña y construir todos juntos un espacio para nosotros.

Nuestro camino empezó a desviarse cuando acogimos a la Peste. Al principio no nos percatamos de su verdadera naturaleza.

“¡Qué bien! ¡Un chico nuevo en nuestras filas!”, dijimos.

Nos alegramos. Estábamos orgullosos de haber metido a uno más en la Asociación. Gracias a él íbamos a crecer.

¡Ja! ¡Menudos imbéciles fuimos! Ahora lo pienso y me arrepiento.

Poco tardó en apestarnos.

A principios de enero de 2016 empezó a tener romances con Andrea. Por aquel entonces algo me empezaba a oler mal. No dije nada porque ella cayó en sus brazos por culpa de los Celestinos, pero la Peste escondía oscuras intenciones.

El tiempo pasó y las circunstancias me lo confirmaron. En febrero comenzaron los malos rollos. Constantemente me hacía burlas, me tomaba el pelo, se reía de mí y mentía. Tan solo fue el comienzo porque esto fue de mal en peor. Por finales de febrero y principios de marzo me enteré que estaba tirándole los tejos a Kati.

Me indigné. Tenía novia. Había conseguido lo que tanto ansiaba y la estaba menospreciando como un vulgar juguete de usar y tirar.

“¡Menudo hijo de puta!”, pensé.

Dentro de mi estómago crecía un sentimiento negro, muy ligado al dolor, que terminaría consumiéndome por completo. No lo podía controlar. Crecía de forma meteórica.

Pronto siguieron los malos rollos entre Andrea y la Peste. Lo sé, porque era testigo de cómo lavaba el cerebro a los Celestinos. Por su culpa crucificaron a Andrea.

No se lo merecía. Ella no había hecho nada. Todo lo orquestó él. Estaban ciegos. La Peste los estaba engañando.

Me sentí tan impotente como un cristiano cuando presenció que salvaba a Barrabás para sentenciar a Cristo.

Y lo peor. Yo no podía hacer nada. Nadie me iba a creer y todos le verían bueno.

Finalmente rompió con Andrea, pero las cosas no mejoraron. Las mentiras siguieron. La Peste se había crecido demasiado e infectado a todos. Era imparable.

Llegó el verano. Asistí a su cumpleaños. Continuaron sus embustes. Para colmo, su madre las afirmaba y las disfrazaba de verdad.

—Esto es tarta cubana— nos dijo. —La hemos hecho nosotros.

¡Ja! ¡Estúpidos! Tal vez puedan engañar a los Celestinos, pero a mí no me iban a embaucar. Yo estaba a tres pasos por delante de ellos.

Ese día capté que su nueva presa era Diana. Yo no quería que corriera la misma suerte que Andrea. Así que, hice todo lo posible para que no cayera en sus redes y la protegí por todos los medios. Bastante daño había causado ya.

Lo logré. Fracasó en sus constantes intentos de conquistar a Diana. No era invencible. Podía derrotarlo, solo si conseguía convencer a la gente suficiente para hacerlo.

¡Llegó el momento! Ya me cansé de sus humillaciones, sus bromas y sus ataques hacia mi persona. Ahora me tocaba a mí. Ahora iba a ser yo quien fuera a por él.

Mientras él seguía buscando presas para su colección, yo trataba por el otro lado de convencerlas para que no se acercaran porque les haría mucho daño. El contraataque iba fermentando. Cada vez eran más mujeres quienes lo rechazaban. Poco a poco se iba quedando solo.

Sin embargo, me topé con un hueso duro: los Facilitadores de la Asociación. Se habían metido tanto el papel de integradores, que me sancionaron por haberle acusado de “enemigo”.

Una gran impotencia se apoderó de mí. Me sancionaron por ser portador de la verdad. Es el enemigo de la Asociación. Ha sido quien más daño ha causado. Por su culpa, se abrió un bando entre las chicas.

Tenía que cambiar de estrategia. El choque frontal no me llevaba a ninguna dirección.

Me tragué el sapo para volver al Grupo y le pedí perdón. Más por regresar al Grupo que por el perdón, porque no estoy dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva.

Por ahora, la Peste está ausente; pero ya me ha quedado claro que cuenta con el total apoyo de los Facilitadores. Me supondrá una limitación, pero bueno… ya se me ocurrirán métodos distintos para sacar a la Peste de la Asociación.

La guerra no ha hecho más que comenzar.


© Óscar Alonso Tenorio

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