julio 07, 2016

ROARWOOD. CAPÍTULO 3


 La inauguración había resultado ser un éxito rotundo. Era la primera noche y el hotel ya estaba a rebosar. Los clientes tan pronto habían visto el anuncio, habían acudido a reservar en estampida; era tal la masa de clientela que casi todo el mes ya estaba cubierto.

Emma se encontraba en las nubes, la alegría que estaba experimentando en aquellos momentos era maravillosa, como nunca antes la había sentido.


El día había transcurrido con la mayor normalidad posible. Ahora, en aquel momento todo el mundo se encontraba en el salón recién reformado para recibir los platos que habían encargado al camarero. Al igual que lo demás, la cena estaba saliendo a la perfección. Las comandas entraban rápido en la cocina y, salían aún más veloces de los fogones; los clientes asombrados ante la belleza de los platos dudaban si aquello era comestible o una obra de arte, pero cuando cataban el primer bocado... un ummm generalizado se oía por toda la estancia.



Tenía los ojos cerrados por el cansancio, pero oía las voces, las risas, los tintineos de copas, el arañar de los cubiertos sobre los platos. Aquello cada vez iba a peor, aquello era el fin se decía para sí misma. No dejaba de experimentar aquellas alucinaciones acústicas que no paraban de recordarla que no podía salir de allí.
En un momento dado, las voces empezaron a subir cada vez más de tono, incluso algunas exhalaban algún que otro gritito. Esto le llamó la atención, pero siguió con los ojos entrecerrados. Lo que hizo que de repente los abriera, fue un leve click que resonó por toda la habitación, levantó un poco la cabeza y buscó con la mirada de donde podía haber salido aquel sonido. 

¡Ahí estaba!. Una de las paredes ya no era lisa, sino que se había abierto una raja a lo largo de ella y se entornaba como si de una puerta se tratase. Al principio sólo se quedó mirándola y parpadeando muy fuerte, como si de un momento a otro fuera a desaparecer, pero no, allí seguía la salida al exterior.
Arrastrándose, se desplazó hasta ella con las pocas fuerzas que a su pequeño cuerpo le quedaban; su escuálido brazo empujó lo que de verdad era una puerta y se arrastró hacia afuera como una serpiente.


Todo había estado saliendo perfectamente, hasta que en mitad de la cena todas las luces se había apagado. Emma había ido a revisar los fusibles, pero no era capaz de que el sistema volviera a funcionar, pensó que quizá fuera el generador que estaba fuera y, aunque no tenía ni idea de como funcionaba, se embarcó a la aventura de intentar arreglarlo.
El gran generador se encontraba apartado de la casa y en la parte de atrás. Estaba apagado, lo rodeó mirando aquí y allá, pero no consiguió saber qué debía hacer.

Se encaminó de vuelta a la mansión con la idea de preguntar en voz alta si alguien sabía de aquellas cosas, pero cuando llegó a la puerta de entrada y dio la vuelta al pomo, vio que la puerta no cedía, lo cual era raro porque primero, no recordaba haber cerrado la puerta, y segundo, aunque estuviera cerrada si no se echaba la cerradura ésta se podía abrir sin ningún problema. 
Y el problema estaba en que no se abría, alguien había echado la cerradura por dentro.

¿Por qué?

Emma aún se encontraba en sus cavilaciones cuando de repente la sobresaltaron unos gritos desgarradores procedentes de la casa. Alaridos, cosas rompiéndose, gente gritando y golpeando la puerta de entrada pidiendo auxilio. Emma con los pelos de punta y desquiciada por no saber qué estaba sucediendo, se asomó a uno de los ventanales próximo a la puerta, pegó la nariz al cristal y entornó los ojos para conseguir ver algo. 
La oscuridad de fuera y la de dentro hacían que esta tarea resultase ardua, pero siguió allí asomada. Veía personas correr de un lado a otro, pálidas como fantasmas, con los ojos fuera de sus órbitas, aterradas sin explicación alguna.

Entonces lo vio. No llegaba a ver bien lo que era, pero iba arrastrándose por el suelo. Era una silueta inhumana con largos y raquíticos brazos y piernas, que se agarraban a lo que podían y le daban impulso para proseguir el camino. Llevaba puesto una especie de camisón andrajoso y roto, y una maraña de pelo tapaba lo que debía de ser el rostro. Todo en aquella imagen era grotesco.

El vaho empezaba empañar todo el cristal, y allí plantada de pie estaba Emma, con la nariz pegada al cristal, con los ojos y la boca abiertos de par en par y, con una palidez semejante a la de un muerto. Ya no oía los gritos, sólo podía concentrarse en aquello. Reptaba y reptaba, pero como a cámara lenta, lo que daba aún más miedo.
Llegado un momento gritó. Todo el pavor que había estado conteniendo, por fin vio la salida. 

La figura la oyó, torció la cabeza como si la tuviera dislocada y, comenzó a desplazarse en aquella dirección. Una tez blanca como porcelana, ojos desorbitados, una boca ennegrecida y con la mandíbula desencajada, y por las comisuras de ésta un reguero de babas. 
Alzó un brazo en dirección a Emma, un brazo lleno de úlceras, suciedad, sangre; y emitía sonidos guturales dignos de un animal.


Emma dio un pasó hacia atrás y echó a correr hacía la cuesta. Los nervios y el terror hacían que sus piernas flaquearan, pero el instinto de supervivencia era aún mayor. Con las prisas no aminoró la marcha para el descenso. Pisó una piedra, ésta rodó e hizo que todo su cuerpo se desequilibrase, y con un golpe sordo chocara contra el suelo. Siguió bajando rodando.

Todo daba vueltas, empezaba a perder la orientación y el sentido. Su cuerpo magullado ya estaba casi al final, donde se encontraba lo peor. La cabeza de Emma golpeó contra una roca haciendo que perdiera el conocimiento. Su sangre manaba a chorros y tornó la tierra de un color rojizo.


Una figura bajó la pendiente, se agachó sobre Emma y sonrió.

- No contaba con que tu final fuera así, pretendía alargar un poco más el terror, pero a veces las cosas no salen como uno quiere, ¿verdad Emma? - y soltó una carcajada - Mira lo que me has hecho hacer, soltar a esa cosa inmunda que tampoco merece vivir, pero de eso me ocuparé más tarde, cuando tus clientes encuentren la forma de escapar y dejen el lugar vacío. Ella no va a correr tanta suerte como tú querida Emma, ella va a tener un doloroso desenlace...



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