Admiro
a todos los héroes por sus hazañas. El Cid Campeador, el
Empecinado, Mariana Pineda, Manolis Glezos... Y así podría seguir
hasta hacer una lista interminable. Sin embargo, jamás he tratado
con ninguno. Ni siquiera, he tenido la suerte de conversar con ellos.
Por
suerte, conocí a un futuro héroe en tiempos de Carnavales. Todos os
lo imagináis como un hombre apuesto, con un cabello sedoso y unos
brazos de acero. ¡Pues no! Éste era calvo, tenía los ojos verdes y
una barba castaño-clara. Para colmo, padecía cáncer desde los
diecisiete años y sólo disponía de medio pulmón.
Pasaron
los días y él fue demostrándonos poco a poco de lo que era capaz.
Primero se reía con nosotros sin parar, luego nos regañaba cuando
no actuábamos de manera civilizada y a veces nos aconsejaba para
reconducir nuestro camino.
Sin
que nos percatáramos, había a llegado a todos nuestros corazones en
tan sólo dos meses. Incluso, me tomé la libertad de escribirle unas
bonitas palabras para rogarle que no se marchara. Por lo que me han
contado hasta el día de hoy, le había emocionado...
inconscientemente.
El
tiempo pasó. Habíamos actuado en teatro, pero en breves iba a
concluir su estancia con nosotros. No sabéis cuánto me dolió esa
noticia. Todas sus heroicidades, todas sus hazañas, todos sus
esfuerzos por conseguir un ambiente mejor... se esfumarían ese lunes
como un espejismo del desierto.
Reconozco
y asumo que he marcado cierta distancia con él, pero en el fondo le
añoro.
© Óscar Alonso
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