Hola mis pequeños documentalistas. En el día de hoy y para dar la bienvenida al invierno, os traemos un relato que os dejará tan fríos como este tiempo.
Gracias a Óscar Alonso Tenorio por acordarse de nosotros y deleitarnos con su narrativa. Si vosotros también tenéis relatos, cuentos cortos o algo que queráis compartir con el mundo, no dudéis en poneros en contacto con nosotros a través de nuestro email (documentalistas22@gmail.com) y lo publicaremos en nuestro blog.
Descubriendo a Grey
El poeta de Chatres, Lamartine,
estuvo en esa fiesta de disfraces. Aunque en estos momentos no era amigo de los
Carnavales, hizo el esfuerzo de asistir. Era el único método por el cual podía
conocer, al fin, al señor Grey.
Estaba rodeado de gente
muy importante. Todos llevaban trajes carísimos y móviles de última generación.
Las mujeres, que vestían carísimos vestidos y llevaban joyas brillantísimas, se
miraban por encima del hombro. Creían que estaban por encima del bien y del mal
gracias a haberse arrimado a buenos maridos. ¡Menudas ineptas! Desconocían que
sus maridos se gastaban el dinero en prostitutas sin que se dieran cuenta,
mientras ellas reían despreocupadamente.
Un hombre alto y musculoso que llevaba una máscara negra
se le acercó disimuladamente. Nadie se fijó en él, nadie se percató de su
existencia.
Tenía el pelo castaño. Iba
con un esmoquin y una corbata negros. Escondía en el cinturón un par de
esposas.
Lamartine sintió un
terrible escalofrío. Un nudo se ató en su estómago y le cerró el apetito por
completo. El suelo que pisaba parecía tambalearse hacia los lados. La sombra de
Grey se estaba ensanchando poco a poco hasta consumir la luz que lo rodeaba.
—¡Vaya, vaya! ¡El poeta de
Chatres! — dijo con sonrisa triunfante a la par de irónica. —Es un detalle que
hayas venido a mi fiesta.
—Gracias — le contestó Lamartine.
—Nunca rechazo ninguna invitación. Y menos cuando se trata de una tan jugosa
como ésta.
Grey olió el miedo de Lamartine.
Su mano temblaba al saludarse. Aunque su cara mostrara valentía, realmente le
imponía su presencia.
—Bueno, poeta, dime… ¿a
qué viene tanto interés por mí? — soltó con tono fulminante.
Lamartine tragó saliva.
Fue una pregunta demasiado directa. Le había pillado de sorpresa y había roto
todos sus esquemas. Pues esperaba ese carácter donjuanesco que tanto lo
retrataba.
Soltó una sonrisa nerviosa
mientras trataba de no evitarle la vista a Christian.
—Pues… verás… —balbuceó—
estoy continuando con las investigaciones que mi compañera Anastasia
continuó... ¡y claro! Tenía que hacerte muchas visitas… y también tenía que…
saber… cómo estaba mi compañera…
—¿Te refieres a Anastasia
Charlotte? — espetó Grey taladrándole con la mirada.
Lamartine afirmó con la
cabeza temerosamente.
—Está bien— contestó con
mucha calma.
Christian estaba
tranquilo. Tenía la situación tal y como la quería: bajo control. Disimuladamente
se relamió los labios y volvió a sonreír.
—¿Puedo verla?— inquirió Lamartine.
La sonrisa se transformó
enseguida en enfado. Le había molestado esa pregunta. Jamás iba a dejar que
nadie tocara sus pertenencias, y menos a Anastasia.
—No, lo siento — respondió
furioso pero tranquilo. —El contrato que firmó le impide tener contacto con
el exterior, incluido tú.
Lamartine se negaba a que
esto se quedara aquí. Quería ver a su amiga y compañera Anastasia. No iba a
consentir que nadie se lo impidiera en un primer momento.
—¡Exijo verla ahora
mismo!— vociferó.
Grey no pensó. Actuó
instintivamente.
Tomó al poeta de Chatres
del brazo y se lo llevó al último piso. Luego, lo arrastró hasta su
habitación y lo arrojó al suelo. Encendió la luz y cerró la puerta de un
golpazo.
En el dormitorio se
hallaba Anastasia con los ojos tapados y encadenada. Estaba dormida y sus
cabellos bailaban en la anarquía.
Lamartine se levantó del
suelo con la mano en el pecho y la sangre congelada. Estaba presenciando el
peor de los espectáculos: el sadismo.
Su cuerpo estaba
petrificado delante de la cama donde estaba Anastasia. Miró de soslayo a Grey y
su pecho aprisionó aún más el corazón.
Grey había abierto su
armario negro. Sacó un látigo negro y empezó a ahogarla mientras la besaba.
Anastasia y Christian
gozaban de placer.
Lamartine había abierto la
caja de Pandora. Había descubierto la verdadera naturaleza del multimillonario
más carismático de todo Occidente.
Gritó con todas sus
fuerzas. Ninguno de los invitados a la fiesta lo escuchaba. Volvió a gritar.
Seguían sin escucharle. Siguió gritando, pero nadie contestaba.
La cabeza le daba vueltas,
la vista se le nublaba y sus fuerzas comenzaban a fallar. Se debilitaba poco a
poco, paulatinamente, hasta perder el conocimiento.
© Óscar Alonso Tenorio
Hola!
ResponderEliminarMuy buen relato :D Me ha gustado mucho ^^
Un beso!